Miedo nos da a toda mujer amar por nuestra intensidad.
Guardianas de la creación y la transformación.
Sujetas a una energía que nos mueve y nos puede llegar a incomodar por no saberla gestionar.
Ese peso que nos impusimos por dudar de quienes somos y, olvidado quedó nuestra principal función.
Las nubes de la inseguridad nos nublan y nos oscurecen.
Abrimos allí donde vamos los corazones.
Pero el miedo, ese miedo que oscurece nuestro corazón, nos llena de rencor y de odio.
Buscando el reconocer y sobresalir.
¿Sobresalir para qué?
Si no sabemos ni lo que somos ni nuestra capacidad, nuestra función, nuestro dolor, nuestro lugar.
Ese dolor que acarreamos del pasado lo volcamos sobre nuestro alrededor consciente e inconscientemente.
Repitiendo patrones una y otra vez hasta que llega el día en que comprendemos.
Todo cuanto hemos vivido y vivimos indica, como carteles luminosos que informan sobre el destino.
Nos convertimos en aquello que más odiamos y nos alejamos de lo que mejor se nos da, amar.
Ese amor que sentimos y ese instinto de cuidar, calmar, acoger… dejamos que se descontrole y no comprendemos que hay un momento en el camino que hay que soltar.
Que nuestra función terminó y no queda más por sanar.
¿Qué hay a tu alrededor? ¿Recuerdas cómo amar?
¿Sabrías amar y soltar?
Esa intensidad que genera la fusión nos perturba, nos arrastra y caemos en la oscuridad.
Las mochilas pasadas que acarreamos las usamos en el presente y las lanzamos al futuro.
Boicoteamos nuestro andar y dañamos, seguidas y guiadas por prejuicios, por dolor, por nuestro alrededor.
Hemos olvidado lo que es amar.
Hemos olvidado qué papel tiene nuestra energía.
Ambos sexos tienen su función, más en cada individuo existen ambas energías que deben ser atendidas, por y para nosotros como seres completos individuales.
Por temor a la soledad, a esa pérdida que sentimos cuando soltamos cuando es momento de finalizar, ese vacío inconsciente… cedemos nuestro poder, otorgamos un arma a quien no puede sostener lo que nuestro es por naturaleza.
La fragilidad en apariencia muestra una fortaleza.
Siendo la mujer la que capaz es de soportar esa fuerza motriz que mueve el mundo.
El hombre tiene como función abrazar ese cuerpo ligero, suave y cálido sin oprimir.
Siendo nuestros guardianes en la Tierra por un instante.
No podemos saber cuándo marchará, no sabemos lo que durará.
Pero si nuestro foco está cerrado en el temor no podemos ver ni crear grandes maravillas para el mundo.
Ambos deben ir de la mano, pues solos son dos mundos completos, juntos forman el Todo.
¿Cuándo se volverán a reconciliar ambas energías?
¿Cuántos gritos de atención necesitan dar?
Gritamos al cielo para que nos vean y las primeras que dejamos de vernos somos nosotras mismas.
Recelosas y desconfiadas de nuestras hermanas, posesivas con nuestro guardián.
Nos impedimos evolucionar.
Sólo nosotros tenemos la llave de los tesoros que oculta este incierto lugar. ¿Por qué dejamos de mirar?
Destacamos por nosotras mismas, brillamos por ser y por actuar como expresión de esa energía que busca ser escuchada.
Nadie ha de luchar por ella.
Pues ella no entiende de guerras.
Buscamos ser aquello que a ningún lugar nos llevará, más que a otro extremo de la balanza en la que hemos estado ya.
Perdido el norte está en esta encrucijada tan triste ya.
Escuchamos lo que hay que ser, pero nadie se para a ser.
Tan fácil es, tan fácil sería.
Si por una vez ambas energías, manifestadas en dos cuerpos se miraran y se reconocieran. Sin palabras sabrían lo que son, harían lo que son.
Cruzarían esas manos, la energía se fusionaría.
Nadie es más que nadie.
¿Cuán mal hay en diferentes ser?
En la diferencia está la abundancia y la evolución.
Si iguales buscáis ser, el mismo resultado vais a tener.