Ese miedo a soltar lo que fuimos en el pasado.
Miedo a la incertidumbre y a lo que pueda acarrear.
¿Qué es el vacío?
Ir a la Nada.
Ese espacio que tanto tememos dentro de la tormenta. Y sin embargo, ese espacio está lleno de calma, es el centro, hay silencio.
Como el ojo del huracán, donde podemos ver en un pequeño espacio, como podemos estar en nuestro centro, en nuestro ser, rodeados de una tormenta.
En la vida, niña, todo gira alrededor de algo.
Y este de otro, y así es como se danza en una espiral que asciende.
Para llegar a comprender. Que todo está ligado y unido a algo mayor que lo arropa.
Libérate de ese temor a soltar, cada cual se encarga de su propio girar.
Estrellas que giran solas.
Buscamos ser peonzas que dependen de otros, buscamos ser quien le da ese empujón a la peonza para que vuelva a nosotros.
Tememos la soledad, tememos lo que pueda suceder si dejamos de actuar, de hacer.
Eso se aleja de la idea de la inacción, pues se trata de hacer lo que antes enfocábamos hacia fuera de nuestro ser.
Actúa para ti. Interpreta una escena para tu sentir. Desvincúlate de dar para recibir.
Da porque así lo sientes. Pues difiere su intención.
Retenemos con esa mano, sin mirarla, por miedo a ver, que somos nosotros mismos los que nos impedimos volar.
Culpando al exterior.
Creyendo que son otros los que nos mantienen atados, que con su hacer o con su hablar nos merman las fuerzas, nos alejan de lo que queremos andar.
No niña. Es uno mismo el que busca su colapso.
Pero disfruta de ello.
Forma tu propio sistema. Tu propio hacer. Créate.
¿Quién eres? ¿Quién quieres ser?
¿Qué prisa hay? ¿Qué buscas en la velocidad?
Dicen que el tiempo pasa deprisa, que la vida es un instante, un suspiro.
¿Cómo de lento debe ser ese suspiro para que dure toda una vida?
El aliento de la vida.
Llenamos el tiempo, nos ocupamos, buscamos con quien estar, con quien compartir, qué hacer, qué haremos, qué hicimos…
El listado puede ser infinito, y con ello, se lleva parte de nuestro tiempo.
Tan pendientes de todo que la vida se fue.
Y es en nuestro lecho de muerte en el que reflexionamos, por primera vez, de verdad.
Con plena consciencia.
Porque sabemos que ya no habrá más momentos.
Sabemos que cuando finalice ese último pensamiento, esas últimas palabras, ese último aliento… habrá acabado todo.
¿Hace falta llegar a ese instante para ver lo que sentíamos en lo más profundo de nuestro ser?
¿Qué sucedería si viéramos cada instante como si fuera el último? ¿A qué lo dedicaríamos?
¿Haríamos lo que estamos haciendo o pensando? ¿Qué sería lo importante?
Es tan sencilla la vida hija mía.
Te sorprenderías tanto.
Sólo que te dieras cuenta de lo que verdaderamente importa… Todo cambiaría.
Vive hija. Disfruta, Ríe, canta, baila.
Juega con los elementos del corazón.
Deja que vengan a ti.
Deja de buscar. Encuéntrate.
Mírate.
La sabiduría se encuentra en dos etapas, la infancia y la vejez.
En el intermedio sólo nos preocupamos buscando, sin saber el qué.
Como aquel niño que pasea una bolsa pues un adulto le dijo, “Toma, es importante que la lleves a casa para parar el viento”.
Tras largos y repetidos viajes, el niño observa el cielo y cansado se sienta, abre la bolsa que le habían dicho que no abriera y ve que llevaba todo ese tiempo y todo ese camino transportando una piedra como si le fuera la vida.
Así andamos por la vida cuando ignoramos que somos adultos, cuando dejamos que el exterior nos diga cómo y hacia donde tenemos que andar.
Podemos observar, podemos escuchar, podemos preguntar.
Pero, siempre tenemos que sentir lo que queremos hacer.
Los sentidos nos informan sobre el exterior, es nuestro cuerpo el que finalmente decide y dice, “Yo siento que es por allí”.
Deja de tragarte las emociones.
¿Qué quieres hacer? ¿Dónde quieres ir?
¿Qué más da el por qué?
Con ello sólo nos justificamos. El que come es porque tiene hambre, el que duerme porque tiene sueño. Viaja porque lo sientes, juega porque lo sientes, besa porque lo sientes.
¿Qué dice tu cuerpo?
La mente ayuda a procesar datos, a visualizar lo que sentimos e imaginamos. Es nuestra pantalla al mundo.
Pero nuestro cuerpo es el que tiene los sentidos, el que sabe qué necesita para continuar viviendo hasta ese instante en que tengamos que marchar.
Algo en nuestro interior nos indica lo que sucederá, lo que vendrá.
Ningún adivino puede saberlo, pues los secretos del cuerpo son suyos.
Puedes intuir lo que éste quiere decir, pues emite una señal para que comprendas lo que quiere, para que reacciones.
Sin embargo, la mente se distrae creyendo que tiene el poder, el control, que es la que dirige.
Y cuando se pierde, porque se da con la pared del juego y no comprende, se ve obligada a callar y escuchar al cuerpo.
Porque esos, “Tal vez es esto lo que necesito”, ya de nada sirven.
Como aquel que come y sigue comiendo, creyendo que así dejará de tener hambre, de sentir ese algo.
Y luego vuelve.
Sólo debes escuchar.
En el silencio hallamos los secretos ocultos, para todos, menos para quien sabe parar, y sin preguntar se deja guiar.