La anciana se acercó a la joven, estaba hecha un ovillo con lágrimas silenciosas en aquellos hermosos ojos. La frágil mano de la mujer acariciaba su larga cabellera que caía en cascada sobre el cuerpo de la joven, sonriendo para sí misma, recordando, bendita y dichosa juventud que nos remueve a todos.
Mi niña rebelde de corazón suelta ese fuego y esa fuerza que habita en ti.
Suelta el miedo a perder.
Libera a tus ancestros para que puedan acompañarte a vivir el amor incondicional, ese amor que habita en tu corazón. Conoce su fuerza y su infinidad.
¿Vacía?
No, hija.
Nos vaciamos cuando creemos que nada queda y nada nos damos. Es recordar que estás conectada con Dios y él es infinito, por lo tanto, deja de temer que por dar amor perderás.
Perdemos aquello que tenemos cuando tememos lo que pueda suceder y nos aferramos, en tensión, hasta que se rompe.
Las cosas se rompen y marchitan por el exceso o escasez, pero en cuanto el caudal del agua se sabe circular, conociendo como funciona y nivelando su intensidad, todo fluye simplemente.
Un río se desborda cuando explota y el canal es estrecho, pero si se regula, por intenso que sea, se libera esa presión y todo vuelve a su cauce.
Anda sobre esa arena que nada graba y todo recuerda.
Siente lo que transmite la Gran Madre. Sólo escucha y verás que nada debías temer.
Sólo aquellos que temen despertar, y de sí mismos, tienen miedo de lo que no pueden controlar.
Calumniando a aquellos que les hacen verse reflejados de su andar.
Serena y fuerte en tu interior.
Maestra de ti misma.
Reconecta contigo.
Fácil es hija. Lo complejo es comprender esa facilidad en la vida. Pues la humanidad empezó a confundirse a sí misma negándose.
Pero ahí está la cuestión, saber lo que te conviene según tu sentir, sin importar lo que puedan decir los demás.
Habitar el Ser.
Dejar soñar al corazón y que el mundo haga el resto. Soltar y que el movimiento de cada trazo sea el que se encargue de plasmar. En una matrix que vive y respira. Todos podemos programar y diseñar, pero pocos creen que puedan hacerlo realidad.
Misterios de la vida. Aprendizajes.
Nunca nos sentimos preparados para dar ese paso, con las dudas de la mano, mientras miramos el firmamento.
Las águilas obligan a sus retoños a salir del nido para que estos puedan explorar y conocer el mundo, y así, a ellos mismos.
Para aprender y sentir que un ápice de lo que absorbemos queda integrado, hay que atreverse a saltar.
Con la pluma entre los dedos, la alzamos al cielo y la observamos.
Curioso instrumento el que sostenemos. Es pequeño y su apariencia parece inútil al uso. Pero en poder del corazón, e integrado el cuerpo y la mente como una única unidad, sentimos esa seguridad.
¿Qué emana de mí?
Miles de historias que contar, sin que nadie se percate del mensaje.
Pues entre líneas narran los maestros, con una simple receta de cocina pueden contar grandes historias y como sanar un corazón herido.
La sabiduría está oculta en esos pequeños gestos cotidianos, creyendo en nuestra juventud que provienen de grandes eminencias. Y con el andar, te das cuenta que en la sencillez y la humildad se encuentra aquello que estuviste buscando con tanto ahínco.
Oradores que se quedan con los poderes, de palabras y conjuros, que maestros lanzan al aire y los toman como propios.
Pero que no viven en sabiduría, desconocen su saber, pues esta proviene del corazón más osado y silencioso que parezca frágil en juicio de otros.
Los sabios andan entre nosotros, más no escuchamos sus sabios consejos, creyendo que sólo nosotros y aquel que viste una indumentaria más vistosa.
Deslumbrados por esos atuendos que nos dicen “Yo sé”, esas palabras nos llegan a nuestros oídos como salvadores del destino.
Temiendo constantemente lo que pueda suceder, queriendo saber en la partida cuales son los pasos y su final. Para escoger el camino “correcto”.
¿Cuál es el camino correcto?
Aquellos que, por la edad, el paso del tiempo o las guerras libradas, conocen su respuesta.
¿Lo hay? Ninguno lo es.
Pues su resumen coincide, pese a decir “si hubiera escogido esto…”, terminan diciendo tras un rumiar interno, “aunque creo que escogería el mismo camino”.
Esa frase, es la que da libertad.
No el “Yo sé”. Sino la que está oculta en esas palabras.
“Escogí lo que sentí en ese momento”.
El sentir. Que gran carga le damos a desde la mente. La razón desconoce, busca y busca, sin obtener respuestas, pues vive en un lugar sin fronteras, abstracto. La mente ha de aprender a confiar en el cuerpo, sabedor del entorno, pues funciona como un localizador.
Conoce las respuestas y sabe cuál es el secreto del sentir, lo sigue, lo siente, recibe las vibraciones como si fuera una antena.
Dejando de creer que es algo básico y de poca utilidad, la mente se sorprenderá al escuchar que podrá por primera vez andar y encontrar suelo firme. Algo desconocido para ella, quien gobierna el cielo sin límites. El cuerpo, más denso y con forma, tiene la limitación, pero anda seguro allí donde va pues aunque no sepa resolver ecuaciones ni poner palabras en verso, es capaz de dejarse llevar y guiar, por esa energía que lo envuelve y de la que forma parte.
Como si fueran dos amantes, mente-cuerpo, se han de fusionar para encontrarse a medio camino, como dos enamorados que por disputas y miedos se alejaron.
Cuando se encuentran en ese hermoso puente y son capaces de mirarse a los ojos del interior y escuchar lo que el otro dice sin palabras, pueden tocarse.
En ese punto del etéreo donde pueden abrazarse y forman un único ser.
Ese momento, ese encuentro, tan anhelado y esperado, les descubre algo mágico, desconocido, pero que inconscientemente buscaban. Con una sonrisa se toman de las manos y pueden sentir ese vibrar que resuena.
Ambos tenían una parte de la llave, y a raíz de ese encuentro, ésta, que estuvo rota hasta ese momento, brilla y se repara.
Esa pequeña llave, como si de un diario se tratara, es la que abre la puerta que cuerpo y mente habían intentado abrir sin éxito por separado.
Cuando cogidos de la mano abren juntos la pequeña puerta, que vibra con fuerza y calidez. Les invade de repente un calor que buscaban sin saber, ese fuego que les llena y les ampara, fusionándolos.
Ambos habían descubierto la puerta al corazón.